Por Fidelio Despradel
La ola democratizadora que sopla en oriente medio y cercano, está a punto de barrer la dictadura de Mubarak. El ejemplo del pueblo tunecino, que derribó al gobierno de Ben Alí, cabeza de una dictadura sangrienta, se esparce cuan inmenso tsunami, por Argelia, Jordania, Yemen y otras capitales.
Ahora le toca al Egipto de Mubarak, cabeza de una dictadura de más de 30 años, apoyada por Estados Unidos e Israel. El pueblo desafiante, tomando las calles en las principales ciudades, le imprime un carácter democratizador y revolucionario a esta ola de descontento acumulado, que cambia radicalmente el panorama en esta región del mundo.
El pueblo tunecino prendió la mecha y señaló el camino. Pero Egipto no es Túnez. Con más de 80 millones de habitantes y una extensa frontera con Israel, es la piedra fundamental de la política de los Estados Unidos en la región. Washington proporciona a Egipto asesoría y ayuda económica, por casi cuatro mil millones de dólares anuales. Con Egipto bajo el puño de Mubarak, y asegurada su frontera con Israel, Washington e Israel podían seguir impulsando sus agresiones contra Irán, su política genocida contra el pueblo palestino y bajo control a sus respectivos gobiernos dictatoriales.
Esa situación se viene haciendo pedazos. Pero Egipto nos enseña que la capacidad de maniobra de los Estados Unidos es muy grande todavía. Patadas a Mubarak y esfuerzos por imponer como figura central al Premio Nobel Mohamed El Baradei, anterior presidente de la Agencia Internacional para la Energía Atómica, quien siendo una ficha norteamericana, se ha dado “un baño de pueblo”, tratando de colocarse como vocero de los centenares de miles de egipcios que ha tomado las calles demandando la salida de Mubarak y un régimen democrático que garantice los intereses populares.
Frenada por los norteamericanos la salida represiva propugnada por sus socios en Egipto, lo que llevaría a una segura división del ejército, el presidente Obama y la señora Clinton se concentran en aplacar la revuelta popular, con la promesa de una transición democrática encabezada por Mohamed El Baradei, figura potable que apoyada por el ejército lograría el compás de espera que necesitan Washington e Israel para recomponer sus planes y evitar la debacle.
Pero la oleada de lucha y resistencia, que estremece hoy las dictaduras árabes apoyadas por las potencias occidentales, está en sus comienzos. Nada volverá a ser como antes del derrocamiento del dictador tunecino y del asedio a Mubarak. Las fuerzas verdaderamente democráticas y revolucionarias del mundo apostamos a una profundización del protagonismo de las masas egipcias y de los demás pueblos de la región, antesala de un auténtico cambio de rumbo.
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