Por Chiqui Vicioso
He aprovechado un par de días en el Distrito, para que Rocinante se recupere del incesante galope por todos los caminos de la Patria y que Christa, mi Sanchita Panza, que de panza no tiene nada, también descanse unas horas, en esta desigual batalla, donde la gente me preguntaba dónde están mis vallas y yo respondía que apenas contábamos con ocho millones de pesos para una campaña nacional y las únicas vallas de que disponíamos están en nuestra palabra y en el verso que con frecuencia repetimos, de Fito Páez, e interpretado por Mercedes Sosa: ¿Quién dijo que todo está perdido?/Yo vengo a ofrecer mi corazón.
Cuando lean estas palabras, ya todo se habrá consumado y se habrá impuesto de nuevo el dinero sobre el ejercicio del más noble de los sacerdocios, la política duartiana, pero nunca tendré como agradecer esta oportunidad que me ha dado la vida, y Alianza País, de conocer la otra República Dominicana.
En mi recorrido, (pasé por Puerto Plata, Sosúa, Mao, y Dajabón), nos detuvimos en Santiago Rodríguez, patria chiquita de Francisco Bueno Zapata, un joven alegre y generoso que es un santo local, torturado y asesinado en la guerrilla del 1963, y que un egomaníaco sin remedio trato de reducir a un hecho literario en un diálogo con su asesino. Allá reviví una de las experiencias más hermosas de mi infancia: las Flores a María. Ver a toda una comunidad, con flores para la virgen me recordó ese ritual en la Iglesia de la Altagracia, en Santiago, cuando era niña. Lo mismo me sucedió en Dajabón, cuando pude abrazar con cariño al padre Regino y recorrer un mercado que no da abasto ni para la mitad de los comerciantes que debía alojar. Reconfirmar que el tráfico de personas continúa, a pesar de las advertencias de Solidaridad, y la absoluta ineficiencia de los organismos de la ONU en el manejo del tráfico infantil, así como de ONG locales e internacionales, que con una infirma parte de lo que invierten en pantalleo, pudieron crear una red de hogares sustitutos para la niñez huérfana que deambula por nuestras calles, me confirmó la necesidad de redefinir todo lo concerniente a la inmigración.
Es por eso que afirmo que esta experiencia ha sido y es la más hermosa y significativa de mi vida, un regalo de la divinidad con el que no contaba, un poema en gestación, un canto. Y prometo que estaré de nuevo en ese otro país, con una determinación férrea de educar para su concientización, a un pueblo que merece un mejor destino, porque no puede ser que lo decepcionen una y otra vez.
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